De gira y con hambre

Por sucesos como estos, te das cuenta de que cumples con tu trabajo mucho más allá de la necesidad. Y por eso mismo, me merecen todo el respeto esos artistas anónimos que por ahorrar y por sobrevivir, machacaron su cuerpo. No por espíritu bohemio. Por irresponsabilidad de las empresas. Una gran escuela de vida, para quien sabe lo que es.

«LA PÍCARA REINA», GIRA DE COLSADA, 1984.

Después de las funciones nos acercábamos a la feria, donde ya nos conocían por seguir la misma ruta. Una noche, en uno de los puestos de tiro, descubrí una valla con unas fotos en blanco y negro de vedettes y actores famosos que habían estado allí en otros años. En una de ellas se podía ver a un apuesto Ignacio Vidal y a Lina Morgan como estrellas de Hollywood, riendo juntos, jóvenes. No nos faltaban tickets gratuitos para subirnos a las atracciones, donde entre ida y venida, los feriantes nos contaban las últimas novedades. Que si una bailarina del portátil había desaparecido con un mozo de la montaña rusa o si hubo navajazos en el último pueblo. Las fugas de las bailarinas eran corrientes, en vez de rescindir un contrato o llegar a un acuerdo, se marchaban en cuanto se enamoraban o si habían conseguido reunir lo que tanto esfuerzo les había costado. No me extrañó, pues cumplir lo que firmaban sin entender ni media palabra beneficiaba, sobre todo, a los contratantes. Ellas, me contaron que les retenían el pasaporte y parte del sueldo, práctica totalmente ilegal, para asegurarse su permanencia. Llegaban a realizar hasta cinco funciones diarias.

¿Por qué eran tan corrientes esas escapadas? Contrariamente a lo que se argumentaba, las bailarinas inglesas no eran mejores ni más baratas que las nacionales. Tuve compañeras españolas, muy buenas profesionales, que aguantaron alguna corta temporada y, teniendo a favor la camaradería que lo hacía soportable, no era un empleo grato por las condiciones de vida. Ninguna. En Inglaterra, las maestras de baile, que se llevaban jugosas comisiones, no les explicaban a sus alumnas en qué consistía la gira, que deberían convivir en una misma roulotte (o en un trailer habilitado), eso era el truco del alojamiento incluido. En cambio, aquellas coristas, de Colsada, a quienes formé en su primer trabajo, se dejaban parte del sueldo en el alojamiento. Estaban más cómodas, pero eso, más el pago obligado de aquellos porcentajes, reducía su economía si pretendían ahorrar. Comían poco. Alguna vez en medio de un baile, a medio metro, vi unas piernas tendidas en el suelo, las de una chica arrastrada entre tramoyistas y bailarines desapareciendo entre los bastidores. Mientras yo movía al resto de compañeras con un par de indicaciones sobre la marcha, cubriendo el vacío que había dejado en la coreografía. Los desmayos eran el resultado del poco alimento que ingerían, una dieta de sándwich de jamón con queso y un café con leche, o un yogur y una sopa de sobre en una taza, calentada con una resistencia.

Al llegar a la feria estaban aquellos chiringuitos con mesas alargadas, con manteles de cuadritos verdes y blancos, ocupando sitio con todo aquel que fuese apareciendo con hambre. A juzgar por las risotadas del gentío y la juerga de día y de noche, se abría el apetito y se cerraban, llenas, las cajas registradoras. En las primeras horas de la madrugada, con el estruendo de las bocinas de las atracciones, la reverberación de los voceros de las rifas y puestos, el aire se iba condensando con olores de humanidad, sudor, tabaco, una humareda de lacón, chorizos, pimientos y ajos, algún perfume pesado, manzanas caramelizadas y algodón de azúcar. Por trescientas pesetas servían un cuarto de pollo a l’ast con patatas y pimientos verdes, el plato estrella. Podía verse a cuatro y cinco chicas, muchas veces, compartiendo un plato de patatas fritas remojadas en vinagre. Ángel y yo, en alguna ocasión, encargábamos un plato más de pollo, que dejábamos sin tocar con la excusa de habernos equivocado al pedir, para que comiesen. Más tarde, después de cenar caliente, alguna decidía subirse a una atracción, como el gran barco vikingo, que mareaba mucho y acaba vomitando. Qué despilfarro de patatas y pollo. Niñas inconscientes y rebeldes, ¿qué contarían al volver a casa? Seguramente, lo que no se escondían de decir en el camerino, sin importar la ofensa: “españoles, grasientos”. 

Una noche con Bibi «Bananas» Sevilla, y menos de 58 kilos.

«UNA NOCHE CON BIBI», GIRA DE BIBI ANDERSEN, 1986.

La nómina semanal que tanto costaba cobrar iba solucionándose con parches insuficientes. Los hoteles y dietas corrían de nuestra cuenta, naturalmente, tirando de los ahorros destinados a poder pasar tres o cuatro meses a falta de bolos o de un contrato. Un día el conductor del camión se plantó y dijo que no seguía. En otra ocasión, parte de los decorados se quedaron en un teatro a modo de depósito. Un retraso y otro, incluso el propietario del equipo de iluminación amenazó con llevarse material técnico para dejarnos a oscuras, pero seguíamos. 

Y llegamos a Sevilla, economía de guerra. Mi pareja y yo nos alimentábamos con sólo mil pesetas al día. Los escuálidos flamenquines y medio bocadillo con un café con leche —el conocido estilo inglés de otro tiempo—, no me daban para aguantar el desgaste de las dos funciones. Al acostarme, el estómago me rugía de hambre, a duras penas engañado con un par de vasos de agua. Fantaseaba, y eso que no sufría los vapores de hachís tan cerca, con aquellos grandes batidos de frutas, a 600 pesetas, que habíamos descubierto cerca del cine cuando fuimos a ver el estreno de A Chorus line. No hay nada como ir a ver una película musical con bailarines y coreógrafos, ya no digo una obra en directo. Los críticos de prensa, a su lado, son unos angelitos. Contemplaba, en el espejo del camerino, las clavículas marcadas, sintiendo la holgura de la ropa. Bajé mi peso por debajo de lo normal, casi unos cinco kilos. No había estado tan delgada. Me duchaba con una pastilla de jabón, sí, sí, la derrochadora de potingues y aromas. Dosificaba el champú del cabello con temor, como si fuese oro. Tuve una lesión, una rotura de fibras en los isquiotibiales durante un número y dos chicos me tuvieron que ayudar a salir del escenario. Pedí que localizaran a un masajista de fútbol. Consiguieron contactar y traer a uno muy bueno del Sevilla C.F. No quería ni imaginar una baja y quedarme sin cobrar en mitad de la gira. Mi pierna permaneció morada durante muchos días, hice los números menos difíciles con el vendaje correspondiente.

Bibi y Javier pasaron de alojarse en hoteles de cuatro estrellas, donde se recibía a los medios de comunicación para la promoción indispensable de la función, a lugares más económicos. Comenzaron a acudir al supermercado de El Corte Inglés, aprovechando la tarjeta, llevándose los alimentos al camerino. Alguna que otra, entraba a picar. Yo no. Ni por invitación. Hubo más cambios en el ballet, entraron África C., gimnasta profesional de alta competición y profesora de Educación Física; además de Mercedes y José Antonio. Entonces, en una nueva aparición estelar, el incomparable Toni Álvarez,  “el martillo”, aderezó el surrealismo propio y de extraños, sentándose en las escaleras del escenario, emulando el cante de las saetas, sí, claro, con el soniquete que le hiciera famoso en el Apolo: «Y si no pagan, le doy y le doy a la rodilla ¡Me la machaco! Y de aquí salgo ‘destrozao’ pero vamos que si cobro», clamaba con la herramienta en un nuevo alarde malabar. «¡Ellos mismos, pero a mí me pagan o reviento aquí y los hundo», a lo que seguía el eco, “cobro, cobro, cobro…”; “hundo… hundo… hundo…”, en el teatro vacío. Paquita, acostumbrada a la costura de nivel y con su voz impostada de monja de clausura, se escandalizaba ante aquel exceso. Toni, jefe de maquinaria y profesional intachable, tenía más que el martillo por el mango. Y le funcionaba. Ni sindicatos, ni patronales, ni piquetes de huelga. Aquí te pillo, aquí te clavo. Toni Thor, fue el personaje más auténtico, rocambolesco y desconocido de la historia de la tramoya en la escena nacional. Tanto se hizo oír Álvarez y tanto creció el malestar de la compañía, que nos reunieron y no, precisamente, para tranquilizarnos. La empresa BibiAndersen Productions S.A., nombre de cuento, apropiado para este relato, estaba en una situación límite, más cerca de abandonar que de otra cosa, y el gerente,  con desazón pero aguantando el tipo, reconoció el patente fracaso económico, lanzando la idea del cierre total allí mismo. Y Toni, callado, sin pestañear, con las carótidas disminuyendo su exagerado relieve, sabiendo que saldría de allí con dinero.

Hambre, cansancio, decepción, acallé la pasión bohemia, la buena fe y le di, interiormente, por una única vez, la razón a Serrano. Nada de romanticismos, teníamos que salir honradamente del hotel, pagarlo era lo prioritario. La de veces que había mirado abajo, al patio interior, típico sevillano, desde la ventana de mi habitación en el tercer piso, imaginando una huida de maleante, imposible por lo enrevesada. Fantasía desbocada o no, de alguna certeza tendría que proceder aquella frase de otras épocas: “Esconde la cubertería y la plata, que vienen los artistas”. Por eso, me sumé a los inteligentes que propusieron continuar. La razón, evidente, el mecanismo de supervivencia con la esperanza de sumar fechas y recuperar la cantidad que se nos debía, pues abandonar era perderlo todo. Y también, cierto y loable, la buena pasta de la que estábamos hechos quienes vivimos aquello y sumamos fuerzas por compañerismo. Pávlova y el regidor se despidieron. No sé los demás, pero a Barcelona no iba a volver de vacío. Bibi se mostró agradecida y emotiva. Javier Serrano se comprometió, firmemente, a ponerse al día si continuábamos y, de momento, nos dio el dinero para poder salir del hotel evitando que nos ficharan en un cuartelillo. Una hora después, Javier se puso en la puerta del autocar repartiendo a todos la misma cantidad, lo que quedaba de la recaudación. Tras dos horas de viaje, y con dinero en el bolsillo, paramos a cenar en un bar del trayecto —visto uno, vistos todos—, de aquellos tan cercanos a los clubs de prostitución, la reconocible guirnalda de luces plantadas en el medio de la nada, en las carreteras nacionales. 

Emilio Laguna 40 años después.

Posiblemente, esta sea una de las entradas de blog más emocionales que pueda escribir. He estado más de dos años llamando a la puerta de AISGE para conseguir encontrar al grandísimo actor Emilio Laguna.  AISGE, tiene una barrera de seguridad que no supera ni el CSID y si me pongo en plan peliculera ni la “Casa Blanca” la del gobierno de EEUU, no la de las “señoritas de moral distraída”, de Barcelona.  

No hubo manera, “su política” de privacidad les impide hacer de intermediarios. Ya ves tú, para enviarle mi libro donde hablo bien de él a sus espaldas y para que quede constancia en las bibliotecas que me importan… ya sabéis mi lema; “quienes y no cuantos” o la elección que prevalece: “importante, popular o viral”, todo no puede ser.

También llamé a la puerta de las radios locales y algunos ayuntamientos de la provincia de Valladolid. Incluso una amiga cantante, hizo un par de llamadas a residencias creyendo, como yo, que podría estar en una. Al final, ha sido gracias a dos grupos de teatro en Facebook, y a pesar de obtener un teléfono de Madrid (ya inexistente) donde un compañero artista a quien no conocía personalmente me puso en la pista correcta. Tal pista, me llevó a otro actor y desde allí todo fue rodado.

Emilio ha recibido mi libro. Le ha hecho feliz. Y a mí.

Cometí la torpeza de anotar mal mi número de teléfono y su cuidadora (un encanto) no me localizaba pero aún así, esta semana me llegó vía Messenger un mensaje que ha desencadenado un torrente de emociones que se alargan más que Duracell, tanto es así que prácticamente me estoy alimentando de ellas como del aire que respiro para dar gracias a la vida  pues hace 40 años conocí a Emilio Laguna, al único actor que humana y artísticamente (sin comparar a los demás compañeros tan estupendos, válidos y maravillosos) dejó en mi ese sentimiento de cariño y gratitud; camerino vecino a camerino, una mirada entrando en la otra mirada, sin dejar misterios del alma.

Me dejó esa memoria intacta que hoy, otra vez le rinde homenaje. Huella no, huella dejan los neumáticos, las patitas de los animalitos, las pisadas sobre el suelo fregado y los criminales.

Hace tiempo que no me permitía ese baño de emociones que me recuerdan que estoy viva y no es por represión, es porque no pasaba nada. Casi nunca pasa nada si no lo provoco yo, sobre todo en la profesión y un poco también en las relaciones personales o sentimentales. Y mira que soy accesible.

Como no quiero pecar de fantástica y no me llamo Antoñita, pongo el ejemplo de esos WhatsApp tan míos que algunas veces no reciben ni respuesta de cortesía: “espero que estés bien, ya me dirás”. Carita, corazón y besito (emoticonos). Esto, lo de interesarme por personas que aprecio, también lo iré dejando, como a Barcelona, como al teatro musical… como a los amigos difuntos con todo el dolor que imprimen sin querer… pero la memoria seguirá independiente y mientras pueda dejaré constancia no por mí, por todas esas sensaciones, seres humanos y personajes, que han colmado mi existencia.

No soporto las suposiciones y mucho menos la especulación, conducen ambas a engaño y a muy malas interpretaciones que a menudo desembocan en líos absurdos. No estamos para bolas de cristal, queremos todo claro, cierto y ya. Vivimos en la inmediatez, y qué cosas: un presidente de un país puede comunicarse por un tuit, pero ¡cómo ha costado poder comunicar con un ser querido y nunca olvidado, llamado Emilio Laguna!

Y para tozuda yo.

Decía la gran divulgadora de verdades históricas Nieves Concostrina en “La Ventana” de la SER, que hay “espermatozoides y espermatozudos”, pues serán esos últimos los que nos han traído hasta aquí. Anda que a algunos nos ha faltado tiempo y ganas para desmontar toda clase de teorías sobre el destino y adherirnos a aquello que dijo Julio Cortázar, «Tenemos que obligar a la realidad a que responda a nuestros sueños, hay que seguir soñando hasta abolir la falsa frontera entre lo ilusorio y lo tangible, hasta realizarnos y descubrirnos que el paraíso estaba ahí, a la vuelta de todas las esquinas».

Ayer, finalmente, y puesto que no soy nada (pero nada) de video llamadas, pude hablar durante un minuto y medio con Emilio Laguna. Da igual que hayan pasado esos 40 años desde que nos conociéramos con “Una reina peligrosa”, Antología de la Revista y con la película “Las alegres chicas de Colsada”, todo realizado en el viejo Apolo de Barcelona. Ya sabéis, el actual Apolo ya no es mi teatro, se cimenta sobre los restos de una época gloriosa llena de luces y sombras, donde muchos artistas tuvimos un pasado, presente y futuro dignos, a pesar de todo.

Da igual el tiempo transcurrido desde aquellos viajes en autocar cruzando el país, trabajando en aquellos teatros con urinarios nauseabundos, tres pisos de escaleras de madera carcomidas y un público llano completando exitosamente la platea. Da igual la pedrería fría sobre el pecho. La malla de rejilla escondida dentro del biquini de forma metódica y profesional bajo amenaza de multa. Las cortinas y telones polvorientos rozando la piel. No siento nostalgia, miro atrás para escribir y retratar esas escenas como Anais Nin, “saboreando la vida dos veces, en el momento y en retrospectiva».

He vivido, y Emilio, como he querido a sabiendas que los momentos duros eran el peaje obligatorio para llegar a disfrutar merecidamente de los buenos. No hay historia sin conflicto.

Mientras hablaba con él y nos decíamos un sencillo “te quiero”, los dos con nuestros cabellos blancos y nuestras mentes bien puestas y certeras, todo se puso en su lugar otra vez, al igual que los copos de nieve, las gotas de lluvia y la hojarasca de los árboles que no caen en el lugar equivocado, como en el relato real y vívido totalmente actual de mi libro.

Emilio “encasillado, demasiado, como mariquita en la escena”, un grandísimo actor, era y es un hombre que se ha vestido por los pies, persona cabal que hizo de la interpretación el salvavidas propio. Si de una cosa estoy segura es de que a ese salvavidas, ese “motto” existencial tan íntimo y auténtico, se agarran unos cuantos por el camino mientras la corriente sea contraria, les fallen las fuerzas o hasta que aprenden a nadar y luchar por lo que quieren. Recuerdo perfectamente sus buenas piernas en mallas negras con botas, esas dos columnas que sostenían una presencia rotunda como pocas he conocido sobre un escenario en toda la vida y expresamente en la corte de “Sobonia”, del imperio de Matías. Luis Cuenca (autor del guion) mandaba en la empresa, pero Emilio, con gesto y voz, jugaba con una ventaja sin igual llegando a adueñarse de las situaciones. Eran «bellezas distintas», pero Emilio fue y seguirá siendo «mi actor de cabecera» único modelo de todo lo que el género y más allá de él, representa.

Recuerdo cada risa regalada fuera de escena. Cada frase. Cada vivencia, agradable e imprescindible para sobrevivir en la Revista.

A título personal, lo que no cuento en el libro, es que un día se me ocurrió decir que tenía dos peces en una pecera en mi apartamento de Gran Vía, y Emilio me lanzó una orden que no consejo: “los peces en casa dan mala suerte, deshazte de ellos”. Superstición o no, no dudé en obedecerlo, hoy me rio, si lo decía Emilio sería por algo. Pobrecitos peces.

Nunca he manejado una olla a presión en la cocina, y es por aquella ocasión en que Emilio tuvo un accidente con una de esas máquinas diabólicas estando en el Apolo.  Puede parecer exagerado pero me impresionó mucho ese disgusto suyo, creo que fue la única vez que lo vi serio. Y seguramente, lo estaría más veces, aguantando la compostura que nunca le vi perder y teniendo que negociar sus condiciones de trabajo.

Inmersa en la vorágine de la gira, cuando el microclima se desvirtúa y el ego se suelta la faja,  cuando haces nuevas “enemigas” pero descubres que sí hay compañeras que valen la pena, Emilio, un día malo y farragoso, me recordó tajantemente pero con elegancia, la que siempre tuvo, que “yo era una señora”. Tenía solamente 23 años y no era una señora, era la hija de un marinero y una modista que solamente sabía de la vida humilde basada en la honestidad. El teatro se nutre también de frivolidad, me costó mucho aprenderla. Después de un inicio en el “maravilloso mundo del ballet de barrio” plagado de manías, ninguneo, injusticias y envidias, me resistía a amargarme y a pelearme por una posición en el saludo final, por un traje con más brillos o para andar mosqueada todo el día levantando las trampas de traiciones pueriles y manoseos silenciados expresamente por la cúpula de la empresa Colsada.

Hago un streap-tease publicando estas fotografías, perdidos como estábamos por esos pueblos de España, recién bajados del autocar, haciendo tiempo para poder entrar en el hostal (visto uno vistos todos) pasadas las 12 del mediodía. Emilio con tanto énfasis que traspasa las fotos me argumentaba cualquier cosa de la que se pueda hablar con coherencia, después de toda una noche de viaje mal durmiendo y yo lo escuchaba embelesada. Atención a las sandalias de playa con calcetines; que los taconazos de 9 centímetros no perdonan y el descanso cómodo se impone, tanto si miran como si no. Total, el anorak blanco (en agosto) y las sandalias eran mi “pijama de viaje” para tantas noches y días con el cuerpo encajonado en el asiento, mirando la carretera y el cielo, sin una sola luz sospechosa de procedencia de otros mundos… Si ya sabemos que esos, los misteriosos, están en este.  

Emilio Laguna y Carolina Figueras 1984 gira Colsada.
Emilio Laguna y Carolina Figueras 1984 gira Colsada.

Me escribiste en un autógrafo: “La vida es corta pero ancha, te deseo suerte”.

La suerte la trabajé cada día dándole todo a esta profesión que tu bien sabes es un amante, tirano, caprichoso y nunca del todo satisfecho. Y ayer me lo volviste a decir en otro segundo mensaje escrito que guardaré como tesoro, lo que tú eres; Un tesoro nacional.

Autógrafo dedicado de Emilio Laguna 1983

Fuiste el primer maestro en la vida del teatro que tuve y el primer actor que adoré, desde las 5 de la tarde hasta la 1 de la noche en dos funciones diarias. Eso es mucho viniendo de mí, que entonces no era tan extrovertida pero sí decidida y activa. Además el engatuse y el deslumbre nunca me han hecho efecto, sé lo que admiro y lo que amo al igual que conozco los motivos de aquello que critico. Esta declaración es tanto o más importante que el reconocimiento del primer amor, ese perdido o dolido que cura y encallece el corazón para seguir confiando y amando.

Somos unos privilegiados y como Emilio bien dice, citando a Jardiel Poncela: “la sexta raza”.

Gracias a I. Peña;  J.A. Montijano;  L. Claver; P. Rueda; N. Esquius; E. Infante y L. Martín, por las ganas de ayudar y a los dos artistas C.B. y J.C.N., que han hecho posible el encuentro.

Y a Patricia, la cuidadora de Emilio, mensajera impagable para este encuentro que explica una razón más de plenitud, confianza y amor en la vida.

Clic en este enlace de texto al: Programa de radio «LA GATERA» con Raquel Bazo y Javier Llanos, en Canal Extremadura, realizado en Julio de 2021, donde hablo de Emilio Laguna, la estructura de la obra en la Revista y la gira por España.

Enlace a otra entrada de este blog, fragmento original en mi libro: El gran Emilio Laguna.

Por cierto, cuando AISGE me respondió la última vez, con la misma frialdad y educación de antes, que no tenía acceso por su entidad, les respondí esto: “tantas personas buscando a sus seres queridos fallecidos en cunetas y yo que busco a un amigo vivo no consigo ayuda”. Injusto y absurdo.

Las normas y los protocolos están hechos para saltárselos, por lo menos por bien de una persona tan extraordinaria como Emilio. Soy transgresora y contestataria… pero me queda ese lado conservador de la sabiduría popular de “no más peces en casa”… “no silbar en el teatro”, “no hablar entre cajas” y no salir a escena con agujeros en las mallas”… eso parece que también se ha perdido.

Puesto que AISGE me ha obligado a superarme con el trabajo infatigable de mis “espermatozudos”, en la búsqueda en el laberinto social de los “atajos” para conseguir lo que quiero (y amo) sin hacer daño, os dejo abajo dos enlaces imperdibles, que le han dedicado. Buenos trabajos que garantizan su conocimiento, hay que reconocerlo.

Lo dicho; Emilio es un tesoro nacional.

ENTREVISTA en texto y estupendas fotografías de AISGE, «clic en la foto».

DOCUMENTAL en vídeo de AISGE.

Menores… y una historia más.

Nos han contado muchas historias de artistas que empezaron siendo niños.

Por necesidad o por el capricho de la fama, básicamente, sabemos de esas historias de niños trabajadores, españoles, a cambio de unas monedas, en plazas, calles y locales. Algunos, con suerte (aparentemente y sin que sepamos mucho más) pasaron al cine, o a ser adoptados por familias dedicadas al teatro de variedades, y parece ser que se contemplaba una ley más permisiva. En cambio, de ninguna manera y hasta el día de hoy, la legislación nacional permite que un menor de 18 años trabaje a diario en un espectáculo nocturno. Quizá sea, esa, la gran diferencia.

Detrás de Joselito, Ana Belén y Marisol por poner ejemplos concretos, hay muchas chicas y compañeras anónimas. Hay alguna academia de ballet de Barcelona presumiendo de honradez, educación y cultura; también de Doncaster; Leeds y Manchester. Esas “escuelas de arte”, cuyo fin principal era un hobby educacional y bajo el pretexto de “ayudar a la economía familiar”, estuvieron haciendo caja, llevándose comisiones,  con las bailarinas menores trabajando a diario en nightclubs de la costa, y giras de teatros de revista. Muchas chicas engañadas, y por mucho que se quiera defender esa actividad, lo cierto es que ningún documento privado entre los padres y tutores se puede saltar la ley.  

Hay que pasar por los Juzgados, como hizo mi padre para validar un documento para algunas fechas y no para diario, cuando tenía ya 17 años. Actué en un espectáculo, muchos en realidad para adultos, antes de poder entrar en una discoteca en horario nocturno.

Mi historia relata como entre unos y otros, los implicados todavía creen que no hicieron nada incorrecto. Como algunas profesoras que van de imagen intachable se beneficiaron de las penurias pasadas por aquellas chicas, en nombre del baile. Y si quieres saber más, de lo que era trabajar de artista en los años 70 y 80, tendrás que acudir a una fuente, llamada verdad. Yo te la cuento.

Y, sin ningún victimismo, pues el tiempo no pone nada en su lugar pero te permite analizar fríamente lo que no tenía sentido, también te cuento, cómo una agresión física, con testigos, todas mujeres o niñas, obligadas a callar y mentir, con la correspondiente denuncia en el puesto de la Guardia Civil de Palamós, cambió mi vida para siempre.

No porque mi vida sea importante, por las veces que ha sucedido a tantas como yo que no han podido defenderse ni reclamar sus derechos. Por lo menos, mi derecho (la única verdad) queda escrito para vergüenza de quien todavía niega su participación y se ampara en la mentira que es muy buena cómplice de ese tiempo que distorsiona el “honor”, en lugar de asumir la responsabilidad.

Hoy hace 40 años. Cada agosto. Cada noticia. Cada mujer. Cada niña. Cada silencio.

Con Tania Doris

Fragmento del capítulo 05 Revisitando Colsada

Bastante teníamos con dar lo mejor en aquella obra, en el teatro Monumental de Madrid, cuando fue tomando fuerza una conversación entre los actores, en petit comité. Se aseveraba que una artista muy popular había hecho circular el mensaje de que Tania no era bien recibida y que se fuera de la capital. Venía de una rivalidad antigua, de cuando ambas estaban en una obra de Colsada, y la otra señora exigía que se pusiera a Tania en la última fila. Sería ridículo esconderla, con personalidad sobresaliente desde muy joven, espectacular y alta, para quien, seguro, no todo fue un camino de rosas. Me pareció enrevesado que alguien pudiera articular la maquinaria necesaria para hundir a otro artista ¡Y yo qué sabría! Las manos negras existen. Qué fácil es extender bulos, promover odios.

Aún con el sano juicio de todos los implicados en el bien de nuestra compañía, se dieron por ciertos los signos inequívocos de alguna mala vibración y se tomó muy en serio, tanto como para tener al peluquero Rupert, consejero en sortilegios, tirando agua bendita por los pasillos, camerinos y la platea para ahuyentar a los malos espíritus. No supimos si hacía falta o si sirvió de algo.

Con Tania Doris, Teatro Princesa, Valencia 1983

A Tania le guardo respeto y aprecio. La vi en su sitio, divertida, afable, seria y elegante. No escuché de su boca palabras contra persona alguna.

Angustias, su hermana, me hacía llamar de vez en cuando, y sólo entonces, puesto que tenía aversión al cliché del “personaje que cotillea en los camerinos”,  iba a verlas.

Tania y Angustias captaron perfectamente que mi cometido allí era bailar. No buscaba intimidades y evitaba líos. Al llegar a la puerta, ambas me recibían sonrientes, entraba y comentábamos cómo nos iban las cosas, me regalaban mallas bien cosidas que Tania ya no usaba. Si rompíamos el par proporcionado por la empresa, nos pagábamos las de repuesto. Eran caras, alguna vez cogí el metro para aprovisionarme de las Danskin, las mejores, en El Corte Inglés, y fui asidua de una perfumería que me gustaba mucho, La Japonesa.

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Menores, engaños y silencios

Cosas que me dejé en el tintero #02

No cuento en el libro como tras una noche accidentada, traumática para mí,  que pasé en el hospital, una persona de la gerencia en el teatro Monumental de Madrid, me exigió el pago de 40.000 ptas. por el coste de la ambulancia que me llevó de urgencias. El asunto, no fue a peor porque dos médicos de un hospital en la zona de O’Donnell se hicieron cargo del asunto y me ayudaron con un derecho que era mío.

Posteriormente y en ese mismo año 1984 durante la gira de verano, trabajé en un espectáculo titulado LA PÍCARA REINA. El tema principal y marca de la casa se tenía que haber titulado “Las niñas alegres de Colsada”, puesto que aquellas compañeras menores de edad y por tanto trabajando ilegalmente en espectáculo a diario y de noche,  según  la ley española, eran exactamente eso.

Niñas a quienes se les cobraba una comisión en origen (U.K.) por parte de sus profesoras que las enviaron aquí engañadas y sufrieron otra merma de sueldo, otra comisión, que se les aplicaba por parte del manager del ballet que no era ni coreógrafo ni bailarín.

Entre todas ellas, hubo 3 que tontearon con el actor que susurraba a Colsada, un técnico y un “galán” de la compañía, todos con capacidad para discernir y a quienes poco importó la legalidad. La moral es subjetiva aunque esté tipificada en el código penal.

Esas niñas, tenían que ahorrar para enviar dinero a casa, Manchester, Leeds, Doncaster y comían muy poco pues la mayor parte del sueldo se les iba en los hoteles programados. No solamente eso, en cuanto volvimos de la gira a Barcelona, las alojaron en el Hotel Apolo, en las Ramblas, propiedad de Colsada.  Otra comisión, hasta que pudieron ahorrar y juntarse para irse a vivir a algún apartamento compartido.

Al lado del hotel, había un local donde estuvimos ensayando, luego convertido en gimnasio. Hace poco, una compañera de academia, me comentó en la presentación de mi libro que “el galán” le había tirado los tejos, siendo profesora de jazz en dicho gimnasio. Bueno, a ella y a toda mujer que pasara por delante pues era un auténtico depredador sexual, que ahora cuenta sus miserias de alcoba pasando por taquilla y es que el teatro ya no contempla el derecho de admisión, por lo menos entre los profesionales.

Leyendo un interesante capítulo del libro “De mentiras y franquistas”, cuyo autor es el catedrático en Literatura Española de la Universidad de Alicante, Juan Antonio Ríos, aparecen otros aspectos de Colsada y su camarilla, fruto de su estupenda investigación política y social, con algunos breves apuntes sobre los relatos de otros artistas con las letras más grandes en el cartel que yo, que solamente era corista y capitana de ballet.

Es cierto que cada cual cuenta la feria como le va, y parece ser que mi queja por los zapatos rotos de las bailarinas, no es un hecho aislado. En cambio, jamás escuché de boca del “actor que susurraba” (el primer interesado como escritor de libreto y cómico en que aquello funcionara) llamar a una mujer “putitiple” (por lo de vicetiple con pretensiones), me he enterado ahora. Y no me ha gustado, pero lo he puesto en el contexto de que ese mismo actor, me recibió una vez desnudo, envuelto en una toalla…. y no pasé de la puerta, con lo cual no tuvimos “conversación” sobre la nueva obra a estrenar.  Será que no daba el perfil de “putitiple”.

Tampoco es casualidad que un par de años más tarde me soltara en evidente estado de embriaguez y ya debutante como coreógrafa: “que las frutas prohibidas” no gustaban en la compañía y sin pasar … ya sabes por donde, no hay fama y volvería a “mi coro”. Sirva, puesto que no lo relato en el libro que esa misma frase: “las frutas prohibidas” (mujeres emparejadas) ya se me dejó caer muy claramente, un año antes, e hice caso omiso.

El respeto se impone, no se presupone ni se gana y eso incluye a los difuntos. Y la justicia no se espera, se imparte. Quizás entre unos y otros, los que nos jugamos la vida en carreteras y accidentes en teatros con Colsada, sin que nos cotizara a la S.S. también merecíamos una parte de la herencia de la discordia. No seríamos sus viudas ni familiares diseminados, o el gris y enjuto «hombre de los recados» (en realidad apoderado, me enteré por la prensa) que también trincó. Fuimos la carne, las emociones y el esfuerzo, unos en luces de neón en la fachada y otros en las sombras, sobre los que construyó y hundió su imperio.

Pero claro, eso sería poética, pues de humor queda bien poco y de insulto gratuito a la mujer trabajadora del espectáculo, queda mucho por parte de quienes no tienen ni idea de lo que es.

Si quieres saber más, te lo cuento todo. Todo lo que nadie ha contado. Está en mi libro.

Cada vez que recuerdo aquellas letras facilonas sobre la amistad y la felicidad… de final de primera parte y de apoteosis o finalissimo, que cantábamos en playback para un «público analógico» me entra una mezcla que podría llegar a la «agitación» no deseada por James Bond, y no por haberlo ignorado entonces, así sigue de vívido en mi mente, por la ficción que hicimos realidad.

Y aun así, casi todos fuimos felices y decentes.

La lealtad tampoco se paga, se merece.

Esta entrada se la dedico a Juan Antonio Ríos, un profesional gentil que sabe contar todo lo que no me interesó en el colegio.

1985 DESEADA – La chica de la capa azul soy yo. En esas fechas ya estaba un poco quemada y buscaba nuevos horizontes. Sonrisas vendo, menos nostalgia y más análisis.

Canciones de la Revista española

Estoy subiendo a youtube, los temas de los distintos repertorios desde 1983 hasta 1985 en mi paso por la compañía de Colsada. Estas canciones han sobrevivido en unos cassettes muy bien guardados y que poco a poco he ido digitalizando. Las revistas enteras forman parte de un DVD que entregué al MAE «Museo de las Artes Escénicas», dependiente del «Institut del Teatre» de la Diputación de Barcelona. También doné fotografías originales, algún programa, recorte de prensa e incluso póster teatral, que más vale que se queden allí a buen recaudo, que en una habitación donde rara vez entro, y menos aún, hojeo los álbumes.

Mi idea es subir todas las canciones que tengo, más que nada por ese gusto que manifiestan muchas personas hacia la revista musical española. Espero que disfrutéis del hallazgo que por ser analógico vale mucho más, incluso con las imperfecciones de las cintas. Esta es una lista de reproducción.

Hotel La Perla, 38 años después.

25 de Junio de 2022, 38 años después. Hotel La perla. Pamplona.

Era verano de 1984 y Colsada programó una gira. Tal y como cuento en el libro, las chicas venían de Leeds y Manchester, todas eran menores de edad menos una y otra de Barcelona también inglesa, madre de un bebé de nombre Marc.

Recuerdo a Emilio Laguna, sentados los dos en el café Iruña, describir el momento que a él le pareció tierno, cuando fue a buscar a un compañero de «cartel» o elenco, y que yo apodo como «el galán». Emilio se apoyó en el marco de la puerta de la habitación y contempló, así lo contó, a una chica adormilada en brazos del galán, entrando por la ventana unos rayos de luz.

En aquel momento lo tuve claro, la más mona y graciosa, había caído literalmente en brazos del depredador oficial. Callé. ¿De qué serviría decirle a una adolescente recién desvirgada todo lo que sabía desde el incidente de Madrid? Aquel rosario de intentonas y marcas de victorias de alcoba, mucho más fáciles que las tardes mediocres en los ruedos. De nada. ¿Somos las mujeres las mensajeras idóneas para tales chismorreos? ¿Es nuestro deber, advertir? Cada cual que piense lo que quiera.

Encandilada, la chica y perseverante el «seductor», se da la casualidad de que de ello quedó constancia en una fotografía de final que poseo gracias a la compañera vedette Leo Martín. Efectivamente, aunque yo haya pixelado la cara del «patán», (que ya quisiera Maribel que se olvidara de ella y no explotase -maldita la hora- sus intimidades pasando por taquilla), la línea de fuga de sus miradas confluye en la foto. Ni cartelera ni profesionalidad alguna. El patán la mira a ella, la corista primeriza y ella, le corresponde con esa inocencia, todavía, de quien cree que es la elegida.

Una anécdota más, de la España de sotana y vedette de los años 80.

Entonces La Perla no era un «gran hotel». Se ha modernizado, en cambio el Café Iruña mantiene el sabor de otro siglo. En ambos casos, ellos perduran y nosotros solamente estamos de paso.

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Lo de trabajar sin cobrar

Fragmento del capítulo 05 Revisitando Colsada

Un día hubo una reunión con mucha expectación para anunciarnos la filmación de la película Las alegres chicas de Colsada, basada en el libro de Fernando Vizcaíno-Casas, con dirección de Rafael Gil y fotografía de José F. Aguayo. Los actores principales eran Tania Doris, Luis Cuenca, José Bódalo, Fernando Sancho, Antonio Garisa, Francisco Valladares, Helga Liné y Carmen de Lirio. Los bailarines ganábamos 19.000 pesetas semanales por dos funciones diarias cinco días a la semana, una el domingo de tarde y el lunes de descanso. La noticia que tomamos como un buen sobresueldo, se convirtió en un conflicto. Se pretendía que trabajásemos en la película gratis. Hubo mucho enojo en el cuerpo de baile.

Alguna vez, en pasillos y camerinos, se veían pasar de refilón los llaveros de Franco, símbolo ideológico idóneo para su negocio. Era sabido que la dictadura benefició a Colsada. Muestra de aquella mentalidad eran las leyendas existentes que se daban por ciertas. La primera, refrendada por varios conocidos, era la permanente intimidación de poner en la frontera a los bailarines extranjeros si quedaban mal y pretendían seguir en España. Eso, gracias a su línea directa con las fuerzas de seguridad, le otorgaba un dominio indiscutible. En cuanto a los nacionales, no hacía falta tirar de instancias oficiales, si corría la voz entre los otros empresarios con quienes tenía sociedades, acuerdos o producciones puntuales, no trabajabas más.  (En otro capítulo relato lo que sucedió conmigo por un telefonazo).

La segunda, era el hecho de “marcar” como sindicalistas y, por tanto, problemáticos, acotando las posibilidades de prosperar en un ámbito tan cerrado, a los artistas que pidiesen calefacción en invierno, ventilación en verano, mayor sueldo en gira… Esto significaba: ver, oír y callar. La necesidad de conseguir mejoras siempre estaba presente, incluso jugándose el puesto. Alguno lo perdió y le costó un tiempo considerable encontrar otro. Ante aquella situación irregular, los compañeros en el coro, mayoría ingleses, argentinos y algunos españoles, tuvimos un encuentro en el camerino grande de las chicas para valorar cómo iba a afectarnos el no aceptar aquellas condiciones.

Don Matías consideraba que madrugar a las cinco para acudir a maquillaje, ensayar las coreografías de Portillo, que iba haciendo sobre la marcha, repitiendo y repitiendo, durante la mañana, filmar, parar para comer y seguir filmando hasta media hora antes de empezar la función de tarde, no era motivo de merecer un salario. No quería pagar. Un chico pidió información a un amigo en la industria del cine, que sí se regía por unos sueldos pactados, y le explicó que lo mínimo como figurante rondaba las 3.000 pesetas diarias, con categoría de bailarín correspondía más. Ante nuestra proposición de cobrar lo mínimo, se nos respondió con un consabido sermón basado en el agradecimiento por tener trabajo y la advertencia de poner otro ballet.

Era muy fácil saber si había bailarines y coreógrafos entre el público. El subidón inusual de fuerza de algunos compañeros resultaba sospechoso y ciertos aplausos para el ballet, en su número solo, resultaban exagerados y más cuando ya llevabas cien funciones y se iba estableciendo la ley del mínimo esfuerzo. En la tarde siguiente, silencio total, hábito de primera función, sin la vitalidad y la chispa de la noche. Sentados al fondo de la platea, un jefe de ballet muy conocido y una coreógrafa con algunos bailarines. Se corrió la voz como un reguero de pólvora sobre el escenario: «¡Los buitres al fondo!», exclamó un chico. «¡Ya están aquí los sustitutos, nos van a echar!», dijo una. No nos gustó que estropearan aquel pulso que era un beneficio en general. Gags de exponerse y venderse en el ámbito voluble y desleal. Al salir de la función, un besito, como si nada. Los jefes de ballet en shows pequeños y coreógrafos eran la fuente principal, nadie les afearía aquello, no había tantos en Barcelona y años más tarde trabajé con ambos. Cada cual usaba su fuerza o su truco. Nosotros, unidos, por primera vez, no íbamos a perder aquel empleo ni a trabajar gratis.

No entendíamos cómo Colsada estaba dispuesto a desmontar aquel equipo, con un cambio radical en la obra en cartel, por abaratar la película. Hicimos funciones de tarde, algún martes y miércoles para cinco personas y con descuento de jubilado que no salían a cuenta ni por el gasto eléctrico. El perder dinero, si le complacía, no era impedimento. Sabíamos que acarrearía un enorme dispendio, sustituir, pagar los ensayos (medio sueldo) a dieciséis bailarines de reemplazo y a la vez mantenernos en la función, a no ser que cerrase el teatro hasta la adaptación de los nuevos. De cualquier manera, se contabilizaba como pérdidas. Los chicos bajaron a vernos desde sus camerinos minúsculos en un altillo construido en madera, crujiente a cada paso, sobre la cabina de Rafa González, el jefe de luz y sonido, en el lado izquierdo del escenario. Decidimos pelear por el sueldo de figurante. Finalmente, la cordura y nuestras condiciones se impusieron.

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Coreógrafa de Colsada

Fragmento del capítulo 6 Luces de neón.

Colsada, normal, quería garantías, yo no era nadie. Ángel Amar se encerró con Bolívar, Vidal y Colsada en la oficina y se las dio, respaldando mi ofrecimiento. Al fin y al cabo, por muy responsable que pareciese, era nueva y siempre habían gustado mucho los nombres de fuera, cuanto más pomposos, mejor. Colsada aceptó, manteniendo el cuerpo de baile durante ese mes.

Hicimos un debut bonito. Las críticas en prensa fueron buenas y el Ballet Imperio’s, fue mencionado como “el baile con números standard de un ballet convencional”. Como coreógrafa debutante, en términos estrictamente profesionales, eso era mucho más que un aprobado. En el repertorio, “Las chicas alegres”, obligatoriamente; una fantasía oriental, “Le jazz hot”, de Víctor Victoria; mi “Cancán”, de Cole Porter, de la película del mismo nombre; y la presentación de Salomé con “Vivo cantando”. Ella, Antonio Amaya y Rafael Conde tenían su público, no era un lleno absoluto, pero mucho más que algunas de aquellas poco rentables tardes de escasos jubilados. Mis padres y hermano vinieron al teatro con mi abuela María, que era muy fan de Amaya. Fue una normalización familiar y la materialización de ser coreógrafa —pudiera decirse profesional— tal como había imaginado de adolescente mientras jugaba con aquellas primeras niñas de la academia. Tenía 24 años recién cumplidos y un espectáculo en el teatro Apolo de Barcelona. 

Seguía llevando el cabello corto. Usaba el famoso moño postizo de los principios. Un día, no sería por la ingente cantidad de horquillas y pasadores que ponía, sentí que el moño se desprendía y cuando quise llevar la mano para cogerlo, lo vi en el suelo en medio del cancán. Aún no había tenido tiempo de agacharme a recogerlo, intentando disimular, cuando una de las chicas le dio con el pie y me lo arrebató, comenzando a rodar hacia el centro. Tuve que asistir a los chutes y pasadas de las chicas, moño va y moño viene, de lado a lado del escenario, aprovechando el barullo en los cambios de posiciones. La situación iba creciendo en hilaridad, de todas las expresiones, la que más me temía por el descontrol, las chicas lo estaban pasando de lo lindo, soltando grititos camuflados con los propios del baile y se nos fue de las manos. Eso es lo peor que te puede pasar, no hay punto de retorno. A algunas se nos caían las lágrimas con la cara desencajada, otras intentaban camuflarse al inclinarse para recoger la falda que teníamos que subir hasta el cuello. En un lance propio de gol, el moño cayó a la platea y la persona que estaba allí sentada lo recogió, devolviéndolo a una de las chicas que continuó dándole puntapiés hasta sacarlo rodando entre los bastidores. Cuando ya estábamos en los últimos compases del número, con lo que nos quedaba de fuerzas, por tanta guasa, escuché gritos y risas que no correspondían, me giré y vi a Paula haciendo un port d’armes sosteniendo un tobillo sobre su cabeza y girando sobre sí misma, la falda volando, entusiasmada y enloquecida. Más alboroto entre las chicas y clamor en la gente del público, señalando, se había olvidado las bragas. A Monsieur Henry de Toulouse-Lautrec, no le habría sorprendido, él tuvo el privilegio de contemplar aquellos íntimos encantos que tan famoso hiciera el baile del escándalo. 

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La presentación en Sant Martí, Barcelona

Ferrán Martínez-Aira que tuvo el detalle de acudir a la presentación, me hizo una pregunta, sobre «mi momentazo». En realidad, me brindó la oportunidad de revivir y disfrutar esa euforia de un estreno vital. Lo detallo muy bien en el libro, mi transformación de patito feo con tutu de ballet a la corista con taconazos de 9 centímetros, bikini de strass, peluca, corona y plumas…. en el camerino del Teatro Principal de Alicante, delante de un espejo, descubriendo el «Poder».

Porque efectivamente, mis compañeras y yo, nos subimos al escenario, libres y empoderadas, a hacer lo que quisimos y tan decentes como cualquiera. En esa transformación, el giro de mi vida, reside también el momentazo, cuando, estando situada en la primera fila del coro, 3 días después, me tocó debutar, mientras las cortinas se abrían, y las luces me deslumbraban, cantando y bailando «Somos las chicas alegres que trajo Colsada».

Me encantó compartir ese recuerdo, con el público presente, y verlos, escuchar sus risas…. porque sí señoras y señores: «esa mujer de 20 años, guapa, alta y medio desvestida, que yo creí ver a lo lejos, desenfocada y sin gafas, era yo delante de un espejo, asombrada y expectante dispuesta a conquistar el mundo desde el escenario, un lugar donde nunca me he sentido insegura o nerviosa».

Os dejo algunas fotos del acto, cortesía de la dirección del Centre Cívic Sant Martí . Y el audio de toda la presentación gracias al compañero Marcos Muñoz, que tuvo tiempo de apoyar esta primera presentación, en mi barrio, donde nací y residí (de forma nómada o itinerante por las giras) hasta los 33 años. De tomar instantáneas. De hacernos sonreír y maravillarnos de sus conocimientos sobre la historia del teatro musical y de la revista.

El pasado día 15, vi más personas juntas que en los 2 últimos años.

Fue otro «momentazo», como lo percibió Ferran Martínez-Aira.

Solamente puedo decir que acompañada de Marcos Muñoz, periodista y escritor del libro «Broadwayrriors», Pepi del Caño, ex consejera del Distrito por 2 legislaturas y ex presidenta de la Asociación Cultural Recreativa La Palmera (ahora Asociación de Vecinos en el Casal del mismo nombre) y con Cristina Manresa, comisaria de Mossos d’Esquadra e historiadora de arte, tuvimos la oportunidad de vivir variadas emociones con todos los compañeros, profesionales artistas y empresarios; vecinas y conocidos; las que fueran «mis queridas niñas» de ballet con quienes jugaba a ser coreógrafa en aquel entonces llamado Edificio Gaudí (cuando presidía la Asociación de Vecinos, Manuel Martínez) justamente en el espacio que ahora ocupa la cafetería. Mis queridos ex bailarines del Ballet Elite’s Show, surgido en la citada Palmera en 1989 y que en 1991 fue titular de programa «Això és massa» en TV3 y en el Restaurante-espectáculo «Galas» (como Scala Barcelona) en Salou.

Cuantas emociones, cuantas sonrisas y cuanta alegría ha provocado ese acto. Me siento privilegiada y agradecida por haber podido presentar el libro, allí, con tanto afecto y en homenaje a esa época de juventud y a mi madre que hace un año nos dejó.

Residí, pues en Sant Martí 33 años y he vuelto ahora, 30 años después, con este testimonio, por esas personas y por mi madre.

Muy entrañable. Muy humano y verdadero. Con mis amigas y amigos, las amigas de mi madre. Las señoras de la Asociación » La tela de Penélope» con Etel Martin, ayudando en todo. Con todos aquellos, que creyeron que ese día podían dedicarme uno de los bienes más preciados que tenemos además de la salud, el tiempo. Gracias. Muchas gracias. Soy además de soñadora profesional, creadora de ilusiones…. esta vez, acostumbrada a realizar esa tarea para los demás, la ilusionada he sido yo.

Una jornada, intensa e irrepetible que jamás olvidaré. Vosotros lo hicisteis posible.

AUDIO DE LA PRESENTACIÓN DE «MEMORIAS DE UNA CORISTA», Luces y sombras de las Varietés en SANT MARTÍ, BARCELONA. Libre acceso en G-DRIVE.