Sant Jordi 2024 en Salou

A poco de instalarme en Salou,  a finales de enero, recibí un whatsapp del periodista y escritor Ángel Gómez, invitándome a la “Asociación Ôra Marítima». Ha reunido a los escritores locales y una de las primeras actividades en las que participo, es esta estupenda idea que lleva a cabo «Shopping Salou». Los escaparates literarios, independientemente de si el comercio se dedica a los libros.

Exponen mi libro en el establecimiento FERNAN’S (Fotografía y Perfumería) y en ESCOLA INNOVA. Estoy contenta, y agradecida a todas las personas y entidades que lo han hecho posible. Felicito a todos los autores por esta promoción.

Causas ajenas a mi voluntad, me impidieron estar presente en el puesto de la “Asociación Ôra Marítima» el día 23 de abril. La foto con la rosa es un detalle de mi hermano.

La preceptiva pérdida de aquella virginidad

Cosas que me dejé en el tintero #05

Era verano. La gente llevaba aquellos collares fluorescentes tan de feria de atracciones de Montjuic que luego se tenian que conservar en el congelador de casa. Se paseaban todos, en busca de asiento. El aire olía a tormenta, ese revoltijo de iones entusiasmados, a sándwich de jamón y queso, a Coca-Cola, cerveza y a mucho verde. Estaba en el Grec de Montjuic e iba a presenciar Antaviana representada por Dagoll-Dagom.

Yo iba vestida de blanco, con una camiseta que me había bordado con algunos abalorios; lentejuelas y granito le llamaban. Mi acompañante, otra mujer, levantaba la nariz con aires de superioridad comportándose como si estuviera en el Liceo y llegó a incomodarme un poco, pues no entendía tanta pose en un medio popular.

Cuando ya se había iniciado la función, la tormenta se sintió obligada a participar y comenzó a llover. Se suspendió la representación y buscamos cobijo pero fue inútil ya que nos empapamos completamente. Ese fue mi primer encuentro con Dagoll-Dagom en una fresca noche de verano. No nos devolvieron el dinero, ni hubo compensación para posterior ocasión.

En aquel tiempo estaba impactada por la puesta en escena de Lindsay Kemp, de hecho fui siguiendo la estela de sus obras desde Barcelona hasta Zaragoza, donde Kemp tuvo la amabilidad de invitarme al teatro Principal en la Navidad de 1982 y darme su número de teléfono por si quería acercarme posteriormente a un ensayo o audición.

Entonces, a mí todo aquello me venía no grande pero sí lejos, no era tan atrevida como para imaginarme alternando en aquel ambiente con la soltura que adquirí en la revista, precisamente porque lo mío era bailar y no el texto… y menos cantar.

Se da la circunstancia de que estando en Madrid en 1984 con “Un reino para Tania”, parte de su compañía también vivía en los Apartamentos Tribunal como yo, aunque no coincidimos o mejor dicho, no hice nada por dejarme ver.

FAME. Foto en Cavas Park, Sant Sadurní. 1982

De aquellos principios ochenteros, recuerdo especialmente una salida a la discoteca Studio Ono, en el barrio gótico, con la sastra Pilar Parra, mi madre que también cosía y trabajaba con ella para “Crazy Horse” (Cugat Palace) con un grupo de bailarines totalmente desbocados a los que quería parecerme por lo menos en el desparpajo. Yo, virgen en todos los sentidos, los observaba diciéndome que su vida tenía que ser apasionante y me apetecía pasar a su bando. Entre ellos estaban Paul, Rubén E.P.D. y Graciela.

Más tarde coincidí con algunos de ellos trabajando y, naturalmente ni me recordaban ni yo tuve voluntad de ser reconocida. Había pasado por un gran cambio tanto físico como mental, digamos que mudé mi piel que se quedó al igual que mi alma, dispersa en jirones y, a la vez, resurgiendo en algunos lugares entre Sant Martí (mi barrio), la sala Canal de Valencia, el Tiffany’s de Bilbao, el Aída de Zaragoza y el Apolo de Barcelona…

Uno de aquellos bailarines con quien compartí escenario precisamente en el Arnau, después de haberlo visto muchas veces en el teatro Español y en Muntaner-4 y que estaba emparejado con una bailarina-cantante muy popular en El Paralelo, una tarde antes de la función de “Siempre contigo” me soltó; Ah… yo te conozco… si, te conozco… y ¿sabes?, has cambiado mucho pero no puedo parar de imaginarme como debes ser cuando tienes un orgasmo…

Me quedé callada, y volví al camerino. Cualquier encanto anterior, pues era guapo y atlético, se desvaneció con aquel comentario que me pareció entonces y ahora soez. Lo he visto en Facebook hace tiempo y he preferido ignorarlo. La red social no sirve para todo, ni para olvidar chabacanería innecesaria y mucho menos para hacer como que no pasó nada cuando sí pasó. Hay quien se ofende cuando no acepto “añadir”, pero es que yo no soy como Roberto Carlos y no “quiero tener un millón de amigos”. Punto y aparte: falsos. Ni aunque tratáramos hace 40 años o sean seres anónimos, no dejamos de ser absolutos desconocidos, tenemos más diferencias que puntos en común. Solamente nos falta la máscara que Oscar Wilde proponía usar para que digamos la verdad. Gente a quienes mi vida no debe importarles ni tienen porqué conocer más de lo que expongo como autora de unas memorias, pero no como particular. Algunas veces pido “ser añadida” porque me interesa un artista o una amistad común pero tampoco pasa nada si no te aceptan en el Club.

Encuentro a faltar la magia del descubrimiento del teatro como con Lindsay Kemp, esa virginidad que me hacía candidata a todo y a nada por una cuestión de azar, levemente forzada por esas ganas que siempre me han llevado a “empujar y pasar los límites sin pedir permiso”.

Ahora se me presenta otro reto personal, y no es tanto el logro final como el camino de aprendizaje y superación, por placer más que por necesidad económica. Es la única manera de no envejecer con amargura, ya que serena, sumisa y aburrida no voy a serlo nunca. Creer que tengo más que hacer y con la pasión de siempre, aunque sin la energía de aquella chica setentera que pensaba que jamás dejaría de ir a bailar a la disco. Lo hice de golpe, como quien se cansa de un juguete, en 1993 con Snap y “Rhythm is a dancer” en Pachá de La Pineda, Vila-Seca. Llevaba un vestido negro de corte skater de licra, cazadora roja, botines y lápiz de labios rojo Chanel sobre piel extremadamente pálida con una larga y bamboleante cola de caballo morena. Dije: Fin, ya no me gusta la disco.

Y no volví más.

Aún me pregunto ¿qué ha pasado?, ¿adónde se fue la vida mientras la usaba? Y cómo es posible que haya cambiado tanto. Es un concepto de prioridad y se acompaña de viabilidad, unas proporciones marcadas pero nunca predestinadas. No os llaméis a engaño, nostalgia ninguna. Falta de alicientes, puede.

Los amigos enferman, los amigos se mueren, tú misma pasas momentos de pánico, desconcierto y dudas. Mides cada esfuerzo y lo que te va a costar el camino de vuelta. De repente, un espacio/tiempo muy elástico e incluso subjetivo te da esa bofetada, (de patadas en el culo ya recibiste unas cuantas) y han pasado esos años que creímos que iban a permanecer intactos.

No, los impedimentos no nos hacen más fuertes, nos arrinconan, pero tenemos el orgullo de crecernos con las dificultades pues es lo que toca. Lo decía mi madre ante una quimio disparada directamente al hígado entrando por una gran vaso sanguíneo desde la ingle: «es lo que toca». No era resignación, era comprensión, era quitarse importancia para no preocuparnos y fue así hasta el ultimo aliento de su existencia. Si ella supiera lo presente que está cada día, creo que no se habría ido. En el gen nos viene el desafío y la persistencia, cada cual a su manera.

Por eso acaricio la idea de los viajeros del tiempo, por saber lo que no va a concederme con este cuerpo y esta mente. Bueno, y por dar su justo valor a un mundo analógico puede que caduco pero añorado de cosas simples. Desconfío plenamente de que los grandes avances tecnológicos nos hagan mejores personas, de la cantinela de que todo sea por nuestro bien y de que nos solucionen lo que siempre nos ha importado individual y colectivamente; la propia cuestión humana.

Lo de «fuerza de causa mayor» ya no convence mucho. Solamente una vez en la vida he cobrado por no actuar, se puso a llover, en 1995 en las fiestas de una ciudad del extrarradio de Barcelona. Volviendo a Antaviana y a Pere Calders… ¿qué cuento nos contaría ahora? y Dagoll-Dagom tanto como el Grec, ¿nos devolverían el dinero si la lluvia obligase a suspender la función? a tiempo están de invitarme, aunque sea para quedar bien.

La virginidad la perdí físicamente una noche lluviosa y nada romántica en la calle del Rosal con un hombre veinte años mayor que yo. Y tanto que era preceptiva perderla.

Entrada de Artistas

Cosas que me dejé en el tintero #04

Andaba yo, aquel año ligeramente medicada para la ansiedad y la depresión. Tales medicamentos son un cóctel explosivo, por un lado se trata de proporcionar tranquilidad ante la angustia infundada sobre hechos posibles (o no)  futuros y por el otro lado hay que mantener la alegría y la perspectiva cuando tu serotonina ha tocado el nivel -3 ya en puertas de un infierno íntimo. Por muy positiva y luchadora que seas te rompes, puede como dicen por ahí, de aguantar tanto y vivir al límite. Te conviertes en un personaje heroico (jamás frágil) de un cómic que maneja las facturas, las llamadas de teléfono de trabajo, las putadas añadidas, la suspicacia de la competencia, la ignorancia de los productores o contratantes y una extraña vida sentimental, marca, del artista en general. Vivía en Salou como profesora de mi escuela de danza y directora/actuante de mis shows para turismo.

Aquel día había quedado en Barcelona con un amante que ni busqué ni seduje, me cayó encima actuando con una famosa Big Band, con unos problemas que ni me iban ni venían y que un tiempo más tarde iban a estallarme en las manos, rematando la faena vital.

Pasamos delante del Teatro Tívoli y leí; «Entrada de Artistas».

¿Tú eres artista?, le pregunté al músico (uno y no más, pagando todos los justos por este pecador), pues venga. Me miró asombrado y entramos.

Pasamos como si tal cosa, con ese puntito de euforia que te da el hacer algo imprevisto, y en cierta manera incorrecto. Tenía más de 35 años, diría que todavía tenía tiempo y ganas de hacer las diabluras reprimidas en la juventud. Éramos artistas, ¿quién iba a detener o a cuestionar a dos personas tan decididas camino al escenario?

Llegamos a la zona de palcos y de allí a la platea. Nos encontramos de cara con quien yo imaginaba, siempre atento al desarrollo de la función y tan afable; Ricard Reguant el director de la obra en cartel “Àngels”. Después de los saludos, nos acomodamos.

Ricard supuso que teníamos entradas y yo dí por hecho que el conocerlo era una invitación “preferente”, como en sus anteriores obras y por varios años. Por un afortunado o casual motivo, allí estábamos. Repito, iba muy medicada y no es excusa. Precisamente recalco la “honorabilidad” que supone contarlo como una anécdota que no le hizo mal a nadie. Si nos hubieran pillado, habría pagado las entradas y pasado la vergüenza característica de quien quiere hacerlo todo bien. Ríete tú de los deportes de riesgo, tenía la adrenalina a tope y eso para quien era yo entonces con aquella mezcla de emociones más que encontradas, chocadas en pleno descarrilamiento, pues no estaba satisfecha con nada, era una inyección de pura “vida”.

Vimos la función, la amiga y coreógrafa en un anterior empleo  “Tommie” figuraba en el reparto pero no estaba presente tenía una lesión. Luego esperé a despedirme de Ricard, a última hora él era el anclaje en aquella visita y siempre me ha merecido consideración.

Me parece casi pueril, un sentimiento que reconozco en otros pero poco habitual en mí. De niña cuando tocaba hacer trastadas era responsable y seriecita y de mayor cuando las trastadas debían ser ya de categoría “master” era seriecita y responsable, no permitiéndome ser observada en falta que pudiera comprometerme y en ello incluyo lo siguiente: «No voy a darle a nadie la oportunidad de propagar que se ha tirado a la bailarina», (por lo menos en El Paralelo y especialmente en Salou donde, ya separada, me sobraban pretendientes) aunque claro, más de uno se atribuyó el premio.

Lo de la “Entrada de Artistas” siempre me ha hecho gracia e incluso causado un orgullo como muy de “sí, soy artista” y vivo de ello. Ahora le llaman “backstage”. Hay máquinas de acceso o personal de control, pero entonces en los tardíos noventa, aun te podías colar en un teatro como los de Mecano en una fiesta.

El resultado de aquella travesura culminó con una noche de amor desaforado, diría que contaminado, por aquella adrenalina surgida de todo lo impropio en mí, por haber salido indemne de la “fechoría” y por haber pisado una vez más el teatro como si fuera mío. Ese templo sagrado e inviolable de todas mis inspiraciones convertidas en trabajo efectivo y lo dicho; por no haber causado estropicio.

Después cuando vas de bajón y te despides del torpe (no llegaba ni a “malote”) que te dice “que para ir a verte a Salou se gasta 40€ en gasolina y peaje”, de vuelta a la realidad queda recapacitar en la soledad del vagón de tren, contemplando ese acantilado del Garraf sobre el mar, entrando y saliendo en la oscuridad de sus túneles. Ambas escenas eran una cristalina metáfora y muy adecuada de las emociones que ya iban buscando la fuga natural de tanta presión. Pronto, sucedería. Cuando pienso en la travesura en el Tívoli, la prefiero y la añoro, pues lo que vino después fue otro principio de otro fin. Otro contador puesto a cero. Una etapa que debía cerrarse en todos los aspectos personal, sentimental y profesional… y con mucho dolor emocional que ninguna medicación solucionó, al contrario. Pero eso es otra historia.

El compañero Lamberto García ya me había dicho, medio en broma, que me fui de Barcelona demasiado pronto. La verdad es que no necesitaba la vida artística de aquella ciudad. Quería otro espacio, tenía otros objetivos, me tocaba realizar otras ideas que aún no había tenido tiempo de imaginar y nada de eso lo podía hacer en este país.

Mi opinión de la obra que vi gratis,  “Àngels” no cuenta ahora. El resultado de tamaña empresa en la escena es una lotería impredecible basado en empresarios, críticos, artistas y público. Àngels Gonyalons y Liza Minelli (la titular de la obra original que conocí más tarde y para quien fue creada) eran bellezas distintas en negocios del espectáculo muy dispares. Cada cual con la debida dirección y el equipo que las acompañaba, tenía unos méritos indiscutibles.

El riesgo; me interesa más lo extraordinario que lo popular. Tengo criterio sí, pero me complazco en reconocer las dificultades de producción mucho más que sumarme al aplauso protocolario, eso no lo contemplan muchos de los colegas que tienen la insana costumbre de “recortar por debajo” cualquier cosa que no han ideado, o producido ellos. No me ha faltado tiempo para valorar y tampoco para usar la misma vara de medir que se me ha aplicado sin paliativos. Gags del oficio, ya lo sabéis.

Me quedo con el relamido dulce de la travesura y tengo ganas de cometer otras, pero será difícil que ahora pase como “artista” en la puerta de entrada aunque no sea todavía la de «salida». Ya le digo a mi traumatólogo que “aun no estoy acabada”. Por cierto en septiembre me ponen la segunda prótesis de cadera. La izquierda.  A ver qué pasa entonces, cuando esté recompuesta totalmente, confío plenamente en mi cirujano.

No he necesitado muletas morales en mi vida. Me esperan otros cuatro meses de volver a aprender a caminar, fisioterapia y todo eso que te traen los huesos agotados de pelear. La peor pesadilla recurrente de juventud, cuando me despertaba angustiada por haber pasado la noche en una escena onírica oscura, andando a duras penas sin poder avanzar, se ha cumplido.  

No solo tengas cuidado con lo que deseas, también con lo que sueñas aunque no quieras.

Y no obstante, cuanto he avanzado hasta llegar a hoy.

¡Eh! aquí no hay ni compasión ni lástima. Es duro sí, pero lo «bailao» no hay quien me lo quite, sigue en mente y lo que está por venir si no me fallan las fuerzas y no se me acaba la ilusión, también. Y si no, es que no tenía que ser. Nos vemos en el siguiente ensayo.