Salto sin red

En 1993, con mis mejores coreografías y sacando todo el partido a las posibilidades del restaurante y espectáculo Galas de Salou, un empresario del Gran Palace de Lloret, tuvo la peregrina idea de pedirnos a Ángel Amar y a mí que colocáramos a una señorita rusa en nuestro ballet. En principio, adaptarla si sabía bailar no era un problema, pero como era mucho más alta, no encajaba en el conjunto, entonces —qué espabilado— sugirió que dejara mi puesto para cedérselo a ella. Este empresario pensaba que el ballet era de Ángel Amar, se conocían, y supuso erróneamente que yo no pintaba nada. Amar le respondió que debía consultarlo conmigo. No entraba en mis planes regalarle mi ballet a una extraña ni por el dinero que el empresario se ofreció a pagar por el favor, ni por si acaso, ni por diplomacia, ni por bla bla bla de especulación sobre las promesas, acompañadas de cánticos gregorianos y futurología gloriosa. No acepté.

Aquel mismo año, recibí un telefonazo: “Te llamo para avisarte. Nos hemos enterado de que cuentas con Lorena. Esta chica nos ha llevado a Magistratura de Trabajo… allí donde vaya estaremos detrás, puede que no te convenga que se quede contigo”. El Apolo y las intrigas que ya conociera en los años 80. Seguí contando con ella durante el verano de 1994.

Después de crear espectáculos durante tres años en Galas, aquella maravilla de local sería arrendado en 1994 por el desinterés de algunos socios no muy avenidos, con un cambio radical en el rumbo al Gran Palace. Esto sucedió en puertas de la temporada y tanto la señora Mª Carmen Fraga directora y productora de su ballet clásico español y flamenco, como yo con el Elite’s Show nos quedamos en la calle. No teníamos contrato, es cierto, incluso tuve una reunión con una abogada amiga Mª Asunción González y los señores Casals —hoteleros de Calella y socios de BlauTurist— en el restaurante Casa Soler, para intentar que Galas contara con nosotras. Todo el esfuerzo fue inútil, los Casals querían garantías y quien se las daba era el Palace que ya tenía el show montado y decorados nuevos además de la forma de pagar el arrendamiento sin esperar a llenar la taquilla.

Debo decir que el día del estreno me presenté en Galas y un tío no me dejó pasar ni pagando, ni por cortesía —ya ves tú— fue lo más barrio bajero que he vivido en estos locales de glamour y no le quito la importancia que me dieron ellos. Aquí viene una de mis típicas reacciones, llamadlo intuición, supervivencia u osadía. Aquel año, en los hoteles solamente actuaban un par de grupos musicales, Babakar, el mago Norman y dos shows flamencos, aunque había un grupo brasileño que ofrecía su show en la discoteca Saint Germain.

Cogí un dossier con las mejores fotos de mis shows y me fui, hotel por hotel a contratar un ballet de cinco personas. Era junio y encontraba muchas dificultades a la hora de poder concertar una cita con los directores de hoteles, no estaban nunca. Tomé muchos cafés diciendo que esperaría. Con tal presentación: «soy la coreógrafa y vedette del Galas», todos me recibieron. Me conocían y les picó la curiosidad. Conseguí así, pateando Salou a pie, un actuación en el Venecia Park y 3 hoteles más. Llamé a Ángel y a los bailarines y les dije que se vinieran para Salou. No tenía nada más que esa semana a prueba y les alquilé un apartamento para todo el verano (con un dinero que no tenía por adelantado) sin decir nada a nadie. Un salto sin red, que considero épico. Funcionó y como tenía muchos hoteles por visitar utilicé mi única estrategia: «tal hotel nos ha contratado». El resto lo hicieron ellos mismos ya que mi mejor argumento de venta fueron las cuentas, auténticas confesiones de los jefes de barra ya que doblamos la caja del bar en comparación a otros shows. Mi espectáculo de music hall, con trajes caros, aunque se realizara en terrazas y jardines con cuatro focos miserables y entarimados no muy seguros. Era lo que había y hasta cierto punto. Hay que saber decir que no. En uno de aquellos hoteles, el Negresco, encontré ese entarimado ocupado y le pedí tanto a los músicos como al director que nos hicieran sitio por seguridad y por categoría. Nos hicieron bailar en tacones sobre el empedrado, mientras el escenario estaba ocupado de instrumentos pero vacío de artistas. El director me respondió que de su categoría ya se ocupaba él y que si no me gustaba no volviera. Efectivamente, no volví, me sobraban fechas y lo otro también. Ahí me di cuenta de que estábamos destinados a educar no solamente al público también a los empresarios que no respetan a los artistas.

Los turistas, nos esperaban para felicitarnos y nos preguntaban a qué hotel íbamos al día siguiente. Tuvimos decenas de clientes que nos iban siguiendo de hotel en hotel y esto no pasó desapercibido a los directores. Todos los hoteles, más de 30, nos querían semanalmente y además teníamos dos repertorios que ofrecer.

Los brasileños de Sant Germain también se apuntaron al «hotel tour». Yo hacia un show sin tiempos muertos (a la americana) y con diez cambios de vestuario. Ellos paraban entre canción y canción dejando el escenario, sin modificar la ropa más de tres veces. Durante la consabida participación del público, el jefe escogía a una víctima, normalmente una señora mayor a quien sacaba a bailar la lambada subiéndole la falda sin que se diera cuenta hasta que se le veía todo el culo en bragas. A más risotadas, más me repugnaba y me negué a actuar con ellos otro día, después de que el director de Venecia Park, José Mª Pérez nos contratara juntos en aquella verbena de San Juan, iniciando la auténtica aventura del que fue conocido como “Carol & Company Cabaret”.

Acabando el verano pero todavía con muchas fechas que tanto había peleado, los dos chicos se fueron de un día para otro a los ensayos de “Drácula, el musical”, me dejaron tirada sin suplentes y sin tiempo de solucionarlo. Tuve que cancelar.

Decidí que me quedaba a vivir en Salou, y no por el interés económico. Creía que estaba enamorada de una persona. Tanto es así que cometí un acto de compromiso que ni entraba en mis proyectos de vida ni en mi imaginación y que de otra manera no hubiera considerado: atarme a un lugar. Álvaro Ferré, me habló de un local de su tío y tras mucho pensarlo alquilé una escuela de danza, cerrada por su reciente fracaso, para poder continuar viviendo en Salou con aquella persona que quería y por la que estaba dispuesta a cambiar en algunos aspectos más bohemios de mi naturaleza y abrir otros horizontes sin estar pendiente del círculo demasiado cerrado de Barcelona.

Con la escuela de danza recién inaugurada y mi padre debatiéndose en el Hospital de Sant Pau por un aneurisma, aquella Navidad me invitaron a ver «Drácula, el musical». No fui.

Lo hice, fui la primera con mis chicos y chicas en hacer Cabaret en Salou, con sus ventajas e inconvenientes, algunas putadas ¿cómo no? y pronto vendrían emisarios y falsos interesados por trabajar conmigo, a conocer el mercado que había abierto pero mantuve mi sitio todo el tiempo que quise hasta que ya no valió la pena, con dos ballets de 5 personas.

La empresa del Palace agonizó en dos temporadas. En 1996, una nueva empresa me ofreció volver a Galas. Maldita la hora que dije que sí.

Pero esa es otra historia para otro día.

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